sábado, 21 de julio de 2012

Martin Kiur

Viajaba lento, demasiado lento. Los últimos rayos de la estrella enana desaparecían en la densa atmósfera, cargada de un intenso olor a azufre.

Martin Kiur tenía el rostro completamente envuelto por vendas, ¿quién se imaginaba que un puto volcán estallara en medio de la batalla? Los pasos rápidos al principio de la deserción, se habían convertido en un barrido lento del polvo del camino. No tenía nada para beber y su lengua debido al sofocante calor, le impedía respirar. Necesito ayuda- pensó para sus adentros. Observó el horizonte que se alzaba enfrente de él. La montaña azul, que le había servido de hito, extendía sus laderas hasta sus pies. Se encontraba pues, en el principio de una larga ascensión, prácticamente sin fuerzas y con pocas esperanzas.
 La voluntad restaba inquebrantable y le permitió llegar hasta "el refugio". Nunca un nombre asignado a un espacio, había tenido tanto sentido para Martin. La luz había desaparecido hacía ya una hora cuando este llamó a la puerta, con su último aliento. El insoportable calor había dado paso a un frío cortante. Dos golpes secos y un silencio como respuesta. Picó de nuevo, con más insistencia, la respuesta fue exactamente la misma.
Mierda, ¡no hay nadie aquí!- chilló desesperado mientras desenfundaba su pistola láser.
Silencio.
La cordura estaba abandonando al pobre Martin, todos los horrores de su corta pero intensa vida fluían en su mente, desencajado, arañó hasta sangrar las duras planchas, disparó sin pensar tres veces la cerradura para hacerla saltar, obviamente, sin éxito. La aporreó con la culata, la acribilló con todo tipo de piedras que encontró en las inmediaciones, no cedió ni un milímetro. Solo existía esa puerta que daba acceso al interior de "el refugio", tras esa puerta podría recomponerse, coger fuerza, comer y sobretodo beber un trago, ¡que sed tenía!
Martin lloró. Agotado, se recostó - que jodido frío.

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